"Para mal pensar, prefiero dejar mi cuerpo en huelga", dijo con palabras firmes una mujer que miraba el cuerpo de un hombre muerto en las afueras de la Ciudad de Cien Fuegos. Este hombre había sido mutilado sin piedad, le cortaron el cuello y la estirparon el cerebro, no quedaba duda de que era un ser malvado, que no sobrevivió a la mirada aniquilante del Dios Sapo. Cuando la gente comenzó llegar al sitio del asesinato, comenzó a ponderar los actos que llevaron a esta fatídica tragedia, mucho hablaron de robos a mujeres mayores, asesinatos en los callejones, incluso un monje que llevó las vacas del templo a pastar mencionó que el hombre era el cabecilla de una banda que secuestraba niños y luego los vendía por todo el país, las personas no cayaban, seguían insistiendo que este hombre era un monstruo abominable y maligno. Luego de mucho hablar, las autoridades llegaron a la escena del crimen, un policía mira el cuerpo, se quita el casco y lo coloca en su pecho, voltea lentamente a la patrulla y con lágrimas en los ojos llama a su superior, éste con miedo mira hacia el cuerpo y se le lanza arriba, da con rabia unos golpes al suelo y manda a llamar a los forenses, llegan más patrullas y comienzan a despejar el área, incluso el oficial de más alto rango arribó al lugar y al igual que todos lloró como un niño perdido en la noche. El hombre muerto en el valle era un oficial casi en retiro, condecorado por la nación unas 5 ocaciones y recibió de manos del alcalde la medalla al valor, era considerado un héroe ya que a lo largo de su carrera había salvado un centenar de vidas. Levantaron el cuerpo del piso y el oficial de más lato rango furioso dijo que ese crimen no iba a quedar sin resolver. Luego de partir las autoridades y los forenses con el cuerpo, se escucho la voz del monje que dijo: "Yo sigo creyendo que ese fue quien secuestró a los niños que desaparecieron del parque la semana pasada".